Historia de tres ciudades
Que el corazón de Hungría cuente con tan variadas riquezas quizá se deba a que en realidad Budapest es la suma de tres antiguas ciudades. La más antigua de ellas era Obuda, cuyo origen se remonta nada menos que a la vieja Aquincum romana. Lo que en principio fue un campamento de legionarios romanos establecido en la orilla oeste del Danubio, entre los siglos II y III llegó a ser capital de la Panonia Inferior con unos 40.000 habitantes.
En la orilla izquierda del río, sobre las colinas, se alzó la ciudad de Buda, de cuyas entrañas surgen aguas curativas que ya fueron utilizadas como baños termales tanto por los celtas como por los romanos. No obstante, fueron finalmente los turcos quienes con sus baños forjaron definitivamente la tradición de ciudad balneario de la que goza Budapest.
Desde el siglo XIII Buda se convirtió en la residencia de la corte húngara. Y al otro lado del río, sobre una extensa llanura, se formó Pest, una ciudad cosmopolita que esconde mil rincones diferentes. A partir de 1872 las tres ciudades se unieron en una sola, Budapest, la «perla del Danubio», formando una inmensa urbe llena de contrastes y mezcolanzas arquitectónicas, donde la historia está perfectamente conectada con la vida cotidiana.
El silencio de Óbuda
Un primer contacto con Budapest se puede tomar en Obuda, donde aún se puede descubrir una importante herencia del pasado. De sus días como capital de la Peonía Inferior conserva restos de una plaza pública, un mercado, algunos baños y el santuario de Mitra, el dios iranio de la luz. Junto a su aire de reliquia de la historia, Obuda puede recordar en algunos detalles a un pequeño pueblo que vive al margen de la vida frenética de la gran ciudad. Sus calles empedradas, en las que abundan los restaurantes especializados en pescados de río, invitan al paseo tranquilo y silencioso.
Algo similar ocurre con la isla Margarita, que surge en mitad del Danubio entre los puentes Arpad y Margit. La isla debe su nombre a la hija del rey Bela IV, quien vivió en ella desde los once años de edad, ocupando un convento de dominicas. Más tarde, los turcos convertirían el lugar en un harén. Isla Margarita pervive como un extraordinario parque en el que no existen viviendas, ni calles, ni tráfico rodado. Un espacio mágico y encantador que, según un viejo proverbio, es donde empieza y termina el amor.
La colina del castillo
Al entrar en Ruda la anterior tranquilidad va dando paso al bullicio. Aunque muchas de sus edificaciones resultaron gravemente dañadas durante la segunda guerra mundial, la colina Várhegy sigue contando con algunos de los edificios más bellos de Budapest. Uno de ellos es el palacio Real, que desde el siglo XIII se convirtió en la primera sede de los reyes de Hungría. Se trata de un inmenso complejo cultural, donde se encuentra la Biblioteca Nacional, que sirve de antesala a la Galería Nacional Húngara y al Museo de Arte Contemporáneo. Sin mucha demora, con viene dejarse atrapar por las empinadas callejuelas concéntricas que conforman el barrio del Castillo, en la parte norte de la colina. Núcleo de la ciudad medieval, cuenta con edificios góticos y barrocos.
Y casi sin quererlo, desembocaremos en la plaza de la Santísima Trinidad, donde se encuentra el símbolo por excelencia de Budapest. Al igual que París cuenta con Notre-Dáme y Viena con San Esteban, la capital húngara presume con orgullo de la formidable iglesia de Nuestra Señora, más conocida como la iglesia de Matías. Este nombre hace referencia a quien fue su principal protector, el rey Matías Corvino, que hizo de la ciudad el principal foco renacentista de Europa central. Su elevadísima torre, cuyos 80 m de altura la hacen visible desde casi todos los puntos de Budapest, es el elemento más característico de este santuario de origen gótico. Edificada entre los siglos XIII y XV, se vio transformada en una mezquita con la llegada de los turcos, quienes además cubrieron con cal las pinturas de sus paredes.
Más tarde, la iglesia comenzó a ser modificada con algunos añadidos barrocos, hasta que fue reconstruida casi por completo a finales del siglo XIX en estilo neogótico. Muy cerca, el Bastión de los Pescadores se presenta como un torreón de piedra desde el que se tiene una inmejorable vista de la ribera de Pest. El privilegiado mirador invita a perder las horas escrutando el horizonte e imaginando, tal vez, que el edificio del Parlamento, una colosal construcción en la que se advierte una mezcla de neogótico, neorrenacentista y neobarroco, vaya a desplazarse flotando por las aguas del Danubio.
La última pieza del mosaico
Frente al aire romántico y barroco que se respira por todos los rincones de Buda, Pest surge como una enorme y bulliciosa ciudad industrial en la que proliferan las edificaciones modernas. Las dos ciudades enfrentadas se encuentran unidas por los distintos puentes que atraviesan el Danubio. De los ocho existentes, quizá los más hermosos sean el de las Cadenas, custodiado por cuatro enormes leones de piedra, y el puente colgante de Erzsébet, dedicado a la esposa del emperador Francisco José.
A la hora de presumir de edificaciones espectaculares, Pest no tiene nada que envidiar a Buda. Además del asombroso Parlamento, enseguida llama la atención la cúpula de la basílica de San Esteban, el mayor templo cristiano de la ciudad.
De silueta neoclásica, comenzó a ser construida a mediados del siglo XIX y no llegó a consagrarse hasta 1905. Otros lugares dignos de admirar son el Teatro de la Opera y la Gran Sinagoga, vestigio de la religión hebrea que se alzó en 1859 con un atractivo diseño en el que se agolpaban ideas bizantinas, islámicas y renacentistas.
En las cercanías de esta sinagoga está Váci utca, la calle comercial por excelencia, donde se pueden encontrar exquisitas obras de porcelana y cristal, que arranca de Vorósmarty tér, la plaza central de la ciudad moderna. Y si nos aturde tanto movimiento, nada mejor que despedirnos de Budapest como comenzamos, visitando lugares que invitan al sosiego y la reflexión, como la Plaza de los Héroes, donde se alza el Monumento al Milenario, que en 1896 conmemoró los diez siglos de la llegada de las tribus magiares, o el Parque Municipal, un auténtico remanso de paz para el visitante. En su interior descansa apacible el curioso castillo de Vajdahunyad, cuya mezcla de estilos, medievales, renacentistas y barrocos, nos recuerda por última vez la esencia del rico pasado arquitectónico de Hungría. ■